2010/07/24

Libélula (parte 2)

(viene de aquí - para leer con el siguiente tema, desde el segundo 20)



Cuando el momento llegó, Annias gritó -¡Ahora!- y Reinor dió un salto que la ayudó a impulsarse en el aire, al tiempo que dibujaba un círculo imaginario con la daga, del cual surgió un reflejo de los tres que se alejaba del rumbo original, y a su vez los ocultaba. Esto les daría un poco de tiempo para distraer al enjambre, el suficiente al menos para que en un movimiento rápido, seco y certero, Annias, aún en el aire, cortara las alas de Minnas. Pero al hacerlo, no contó el grito de dolor que esto desencadenó en Minnas, un grito como no se había escuchado antes. Annias la abrazó fuerte hacia sí como pudo, con ambos brazos y procurando ocultar el grito que retumbaba en su pecho, pero era casi imposible, y además estaban muy cerca de golpear el suelo. No sólo eso, los insectos se dirigían hacia ellas de nuevo atraídas por el sonido, y las alas que comenzaron a degradarse casi inmediatamente después de ser cortadas, las quemaban al contacto con la piel.

Annias no tuvo otra opción que usar uno de sus hechizos de infancia, “la tumba viva” le llamaban. Dirigió la vista al suelo, y sus ojos cambiaron de color unos instantes hacia un color agua y luego hacia uno nocturno. Justo en el lugar en el que astaban a punto de caer, la tierra se excarvó de pronto, brotando hacia los lados con velocidad y dejando un hoyo suficiente como para que ambas cupieran. Annias veía a centímetros de sí a uno de esos insectos, en el preciso intante que tocaron tierra, la cual las recibió blanda y amortiguadora, excavándose bajo sus cuerpos y volviéndolas a cubrir velozmente. Esto las separó de aquella bestia, mientras sentían cientos de fuertes golpeteos sobre la tierra que las cubría, y los zumbidos de aquellos insectos se escuchaban tan cerca que parecía que las rodeabana. Lo había logrado justo a tiempo, pero no tenía tiempo de pensarlo. Ella había sostenido todo el aire necesario para estar allí, pero no así Minnas, quién seguía inconsciente. Además, ambas estaban quemadas por los restos de alas, así que debían alejarse pronto. Era un bálsamo aquella tierra fresca que absorbía los restos de alas, y calmaba las heridas. Al menos contaba con eso.

Annias se concentró y comenzó a percibir la energía de las plantas cercanas, pero a diferencia de las veces anteriores, partículas doradas se esparcían a su alrededor. Nunca había visto aquello, pero no puso mayor reparo, y pronto vio un enredo de raíces algo cercanas, que brillaban a sus ojos, y parecían ser parte de un matorral o algo semejante. Se dirigió hacia estas impulsada con la ayuda de la tierra que las trasladaba, y al llegar se mezcló entre ellas lo suficiente como para, al salir, quedar oculta. Su habilidad para hacer esto, entrenada durante años al “andar” por entre apretadas y profundas raíces arbóreas, le permitieron llegar y actuar con rapidez. La tierra se abría paso por encima de ella, dejándola respirar y ver la luz del sol de nuevo. Sacó a Minnas y la dejó en el suelo, y enseguida trató de ubicar a Reinor y a los insectos.

Pronto pudo ver que aquellas bestias aladas habían caído casi todas inconscientes o muertas en el lugar en que la tierra las tragara. No parecían representar peligro ya, pero no había seguridad de que viniesen más luego. Los furiosos golpes contra la tierra deben haber sido su fin.

Ahora sólo debía encontrar a Reinor y llevar a Minnas a lugar seguro. Luego pensaría en qué hacer.
(fin parte 2)
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