2010/07/21

Libélula (parte 1)

(Para leer en compañía del siguiente tema)



La brisa soplaba cálida entre los árboles, como anunciando el final del bosque. El paso constante y presuroso se había convertido en varios días de camino por esos parajes de Erinor que bien saben ocultar a los viajeros. La tarde era aún joven cuando comenzaron a avisorar la luz que delata la pradera. Los nervios regresaban ante esta vista, pero ninguno de los tres lo demostraba. Los pasos se hicieron más cuidadosos a medida que se acercaban al borde del bosque, y una vez allí se detuvieron para observar.

Era una planicie abierta y amplia, rodeada de zonas boscosas y altos matorrales, y en efecto era lo suficientemente amplia como para no otorgar seguridad. A lo lejos se podía observar un poblado pequeño, lo que limitó el trazo de la ruta a seguir. Debían alejarse de aquél lugar, no sólo por los delatores, sino por las miradas de desprecio que traen consigo las banderas de la agresión. La meta sería el próximo bosque, situado en la frontera contraria a aquella planicie de Asgor.

Annias observó el lugar con cierto resquemor, sensación que antes no hubiese tenido, mas tampoco las razones de su presencia allí eran las mismas. De pie, con el rostro sereno y la mirada fija en su objetivo, dejó sentir la brisa en su rostro y su cabello al vuelo. Cuando supo que era preciso, indicó a Minnas que montaran su caballo.
-Recuerda, sujetarte fuerte a mi- le dijo.

Estando los tres preparados, Reinor emprendió camino con Annias y Minnas sobre sí. Los primeros pasos precavidos, los siguientes ya iban compitiendo con el viento. Casi no se sentía su paso apremiado, que iba con la energía casi única de aquel corcel. Annias se sujetaba firme al cuello de su compañero, manteniendo la vista fija al frente. Estaba segura de haber tomado el trecho más corto, teniendo en consideración el pueblo cercano. Cruzar de esta manera era la única forma de ahorrarse dos días de camino, aunque pudiese atraer peligros. Sin embargo, ella confiaba en su capacidad para alejar las miradas ajenas y su concentración estaba completamente centrada en el camino y en protegerse, a sí misma y a los tres.

Por su parte, Minnas estaba extasiada. A pesar de los temores, desde un primer momento sintió admiración y belleza por aquél lugar. Era tan poco lo que conocía del mundo, que esto llenaba sus ojos y su alma. Muchas eran las historias que le contaban de un lugar “plano e inmenso”, y ahora lo tenía ante sus ojos. Aquella vista hería sus ojos. La luz era más de la acostumbrada en su tierra natal; montes y riscos plenos de enormes árboles, apretados unos con otros. Ver claramente más allá de 100 metros era casi imposible, excepto en las prohibidas copas de los árboles, o en los riscos frente al mar intocable.

Ahora, la sensación de la brisa pasando por su rostro, fresca, constante, le hacían sentir algo totalmente nuevo, y que llenaba de gozo su corazón. Para Annias la sensación era similar, y le recordaba el dulce-amargo de la libertad, pero su meta ahora era otra, y su concentración no se vería afectada por ello. Minnas, por su lado, cerró los ojos y se dejó invadir por la emoción. Sin darse cuenta, relajó el abrazo con el que se sujetaba de Annias, y constante y leve, siguió separándose de esta hasta tener el torso erguido casi por completo. Annias no se daba cuenta, en su concentración porque las sensaciones cercanas no la desconcentraran de su destino.

Minnas, inconsciente de sus movimientos, comenzó a incorporarse, haciendo uso de los estribos secundarios, buscando recibir la brisa abriendo los brazos y dejando que aquel momento la invadiera. Dejó caer la cabeza un poco hacia atrás, y no supo más de sí.

Reinor de pronto hizo un gesto que sacó a Annias de su total concentración, lo que la hizo percatarse de que no sentía el abrazo de Minnas. Volteó presurosa y la vio, allí, con sus brazos abiertos, y envuelta en un espectáculo de inmensas alas que salían de la espalda de Minnas y se desplegaban largas y vaporosas tras ella. Eran hermosas, cristalinas y destellaban a la luz del sol como millones de luciérnagas. Recordaban las alas de las libélulas, pero como humedecidas, y desplegadas hacia atrás. No se podía ver bien donde culminaban, pero debían tener al menos dos caballos de largo. Una escarcha dorada invadía el lugar y dejaba un trazo de partículas flotantes tras ellas.

Annias no podía dar crédito a sus ojos.
-Eres una de ellos- musitó.
Debía pensar y actuar rápido, y su primera reacción fue halar hacia sí a Minnas, quien se dejó llevar y parecía estar inconsciente. Annias levantó su cabeza en un movimiento rápido, y pudo ver la vista perdida de Minnas.

-No deben tardar en venir- Musitó Annias, para luego decirle algunas palabras al oído a Reinor. El corcel comprendió lo que debían hacer y apresuró el paso.

Breves instantes pasaron para que Annias percibiera que los seguían. Volteó nuevamente y vio un enjambre que se les acercaba. Aquel momento sería recordado por ella como uno de los más sublimes y más aterradores, por todo lo que significaba y significaría.

Afortunadamente, los insectos estaban aún a mitad de camino, pero no tardarían en alcanzarlos. Annias aferró el cuerpo de Minnas hacia sí con su brazo derecho, y sacó su daga blanca, que sostuvo con la mano izquierda. Ajustó su posición sobre Reinor, mientras esperaba el momento exacto en que aquellos insectos, cada uno de su mismo tamaño y con las miradas voraces, estuvieran suficientemente cerca.

Cuando el momento llegó, Annias gritó -¡Ahora!-
(fin parte 1 - ir a parte 2 aquí)
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1 comentario:

Orestes dijo...

Casi puedo saber qué pasaje de la pieza corresponde a cada parte de tu narración... Es fantástica!

Gracias por rescatar eso de tus correos viejos y compartirlo, con las alas abiertas al viento {:o)